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lunes, 18 de febrero de 2008

La antropofagia como camino a lo transcultural


by María Laura Caraballo, Argentina


La antropofagia como camino a lo transcultural En 1928 Oswald de Andrade publica su segundo manifiesto titulado “Manifiesto antropófago” o de la “Antropofagia”, corriente que plantea básicamente el acto de asimilación ritual y simbólica de la cultura occidental. Es la incorporación de la alteridad - en este caso de la cultura del conquistador- metafóricamente por medio del comer, del deglutir las formas de arte de origen europeo y transformarlas para ponerlas al servicio de una cultura brasileña. Se recupera de manera simbólica la antigua costumbre de los indígenas tupíes - habitantes de San Pablo, de la “Villa de Piratininga”- quienes devoraban literalmente a los conquistadores portugueses.

De este modo, la Antropofagia propone una revisión histórica y lingüística que reafirme la cultura auténticamente brasilera. Se restituye mediante el discurso antropófago una práctica, una tradición previa a la conquista europea, estableciendo una polémica en torno al origen, a los vestigios de una cultura anterior a la del conquistador; porque como escribe el autor de los manifiestos: “Antes de que los portugueses descubrieran al Brasil, Brasil había descubierto la felicidad”.

La Antropofagia no implica sometimiento alguno ni trae aparejada la esclavitud, sino una actitud transcultural. Se puede decir que el objetivo primordial del manifiesto antropófago es el de empalmar la experiencia cotidiana brasileña con una tradición heredada. Ahora bien, el problema, está en cómo lograrlo sin exigir la eliminación del otro; cómo poseer una actitud crítica y superadora con respecto a la cultura extranjera, pero sin desecharla de raíz, completamente.

La posibilidad estaría entonces en continuar la búsqueda de lo auténtico frente a lo importado sin negar a este último; mirar más allá de los límites del Brasil de manera antropofágica, es decir, apropiándose de lo extranjero sin erradicarlo. La actitud debe ser otra, se debe absorber la cultura del enemigo pero para transformarla, con el fin de conseguir una síntesis superadora. En pocas palabras: devorar al otro para lograr lo propio: “Antropofagia. Absorción del enemigo sacro. Para transformarlo en tótem. La humana aventura. La terrena finalidad”.

El resultado de este proceder antropófago es la creación de un producto innovador, divergente; un producto nacional que se puede exportar.

Mediante el acto antropofágico se genera una nueva versión ya digerida de lo otro, parodiada, filtrada; lo heterogéneo ha sido incorporado y recreado.

Por todas estas razones, el antropofismo se diferencia totalmente del canibalismo. Como gran parte de los sucesos arqueológicos y etnológicos vienen del primitivismo del arte africano, es natural que la metáfora del canibalismo resonara en oídos de vanguardistas europeos. En lo concreto, dentro del ámbito dadaísta, la semántica caníbal no pasó de ser una fantasía que nada tiene que ver con la utopía ideológica de la antropofagia.

En palabras del propio Oswald con respecto al concepto de antropofagia:
“ Su sentido armónico y comunal se opone al canibalismo, que viene a ser la antropofagia por gula y también la antropofagia por hambre, conocida a través de la crónica de las ciudades sitiadas y de los viajeros extraviados. La operación metafísica que se relaciona con el rito antropofágico es la de la transformación del tabú en tótem. Desde el valor opuesto, al valor favorable. La vida es devoración pura. En ese devorar que amenaza cada minuta la existencia humana, al hombre le corresponde totemizar el tabú.”

El alcance de la vanguardia brasileña no culmina en los años veinte sino que tiene sus ecos en la década del sesenta. Eco que se escucha no solamente en el ámbito literario, sino también en otro tipo de manifestaciones, sobre todo en la música - que es lo que como argentinos consumimos y solemos clasificar como “lo brasilero”-, en el bossa nova como canción comprometida, de protesta frente a la dictadura militar en Brasil; y en todo lo que hace al Tropicalismo en general, que originalmente nace como un arte de protesta.

Aunque comúnmente se considera a estas corrientes como algo alegre o como manifestaciones propias de un pueblo feliz, en realidad aquello que las motivó dista bastante de estas creencias, como señala Caetano Veloso: “Está claro que el bossa nova tiene fama de optimista. Las canciones de protesta (...) trajeron las referencias explícitas a la miseria y la injusticia social en tono crítico. Desde el punto de vista del Tropicalismo, al contrario, la bossa nova de Joao Gilberto y Antonio C. Jobim significaban violencia, rebelión, revolución y también el mirar en profundidad, el sentir con intensidad y coraje, el querer con decisión.”

Hoy, como testigos del siglo XXI podemos decir que en cierta forma a semejanza del hombre antropófago y motivado por otras razones, el hombre latinoamericano continúa devorando todo lo que está a su paso, todo elemento extranjero que le atrae o se le impone es ingerido, consumido.


Consecuentemente a este mundo globalizado el fenómeno de transculturación es moneda corriente y con la tecnología como aliada estamos en contacto con lo que ocurre al otro lado del planeta, accedemos a las diversas manifestaciones culturales de manera tecnificada. Así, vemos una película por DVD antes de que ésta se estrene en la cartelera del cine, escuchamos un concierto por Internet o leemos un libro, pantalla mediante, recorriendo los pasillos de alguna biblioteca virtual.

Si bien todo esto trae aparejada ciertas ventajas ya que acorta distancias, nos mantiene comunicados o nos permite sortear los límites geográficos que nos separan de otras culturas, sabemos que no se trata de un estilo de vida antropofágico que nos una social o filosóficamente. Muy por el contrario, sabemos que cada vez es mayor la brecha que a los latinoamericanos nos separa de los países centrales.

Nos hemos convertido en sus principales comensales de información - con sus inmensas cadenas de noticias -, de su industria cinematográfica hollywoodense, de sus escuelas, de su música, su Enciclopedia, sus productos comestibles, su cyberespacio.

El capitalismo tardío opera transfiriendo las reglas administrativas-económicas a las de la industria cultural. A todo esto se le suma nuestra propia imagen latinoamericana con la que también nos quieren alimentar, nos devoramos entre nosotros, cometiendo una suerte de “autocanibalismo”.

Ojalá podamos realizar una buena digestión de todo lo que consumimos, para hacer de aquello que no podemos dejar de consumir día a día, algo propio.

Ojalá logremos tener una actitud menos caníbal y más antropofágica, en el sentido tal como lo planteaba la vanguardia brasileña: hacer de lo extranjero importado una síntesis superadora en versión nacional.


Nota: Este artículo integra el Nro. 6 de la Revista Virtual InterJóvenes

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