TALLERES

sábado, 6 de noviembre de 2010

EL PERFUME

 Parte I
 
Antonia cerró la puerta y se quedó  pensando: llevo las llaves, el celular, la agenda, el monedero. No se me olvida nada. Apretando la cartera, avanzó por el estrecho camino que separaba su casa de la calle principal, en el condominio donde vivía hace sólo seis meses. Volteó la cabeza para mirar hacia la ventana del segundo piso donde su hija dormía plácidamente la inocencia de sus años, (sonrío con ternura al imaginarla), resguardada por la Cleofa, la nana mayor y fiel que se fue con ellas después del período de  peleas y separación de su marido. De pronto se detuvo alarmada, sencillo, monedas, necesito sencillo para pagar el pasaje. Aún le quedan resabios de los antiguos temores de universitaria, enfrentar al chofer, aunque hacía más de un año que no se subía a una micro. Ahora tenía que hacerlo porque su auto estaba desde anoche en el garaje para ser reparado. Tenía unos ruidos  raros insoportables.

-Son las pastillas, déjemelo y en dos días se lo tengo listo- dijo el mecánico.

Se quedó ¡Plop! No tenía idea que los autos tenían pastillas. A lo mejor se las sacan porque el auto resultó diabético igual que su ex-suegra, que armaba una trifulca de padre y madre cuando le quitaban sus dulces.

Se reía sola en el paradero al recordar la última pelotera con su ex por causa de su suegra y sus pastillas, que terminaron en la taza del baño junto con su peluca por un error de cálculo de su “adorado hijito”.

Luego de subir al micro se sentó en el primer asiento, como las ancianitas, pensó. No quería mezclarse ni ubicarse en la parte trasera del vehículo por miedo a caerse y ser asaltada. Es ridículo que tenga temor, se dijo, después del bruto que tuve de marido. Recordó con tristeza como tuvo que aprender a defenderse.

  

Parte II
 
Marcos se levantó de buen ánimo. Hacía mucho tiempo que no se sentía así. El tiempo terrible de cesantía, el derrumbe de su hogar, el abandono de su mujer, habían hecho mella en su acostumbrado optimismo. Se observó en el espejo, sonrío mostrando su dentadura reluciente y perfecta.

--¡Buenos días señor ingeniero ”Gerente de Comercio Exterior”! – se saludó a sí mismo.

--Hoy es el día, hoy obtengo ese trabajo ¡Si señor! Dijo en voz alta y de un brinco giró dirigiéndose a la puerta de salida.

Había trabajado en todo y de todo durante este tiempo de cesantía crónica, incluso de chofer de colectivo. No le tenía miedo al trabajo. Por primera vez se le presentaba la real posibilidad de ejercer su carrera. Hacerse cargo de la oficina que se abriría en la capital  para después expandirse a Europa gracias al tratado de libre comercio. Hoy sería la última entrevista. Había movido todos los pitutos posibles, incluso a su tío, el juez de la corte suprema. Hacía un mes  que había presentado su currículo, los certificados requeridos, los master realizados en el extranjero (No presentó el certificado de primera comunión debido a que  no la hizo), hablaba dos idiomas. Hoy, por fin lo citaron.

--Si, el puesto es perfecto para mí--pensó para sí, mientras cerraba el portón del condominio donde vivía.

Miró su reloj, las 7.00 A.M.

 --Cálmate Marcos, aún es temprano, camina un poco y relájate—monologó en un susurro.
 
Con las manos en los bolsillos echó a andar distraídamente hasta el próximo paradero, tratando de ignorar el nudo en la guata que lo traicionaba. Seis años de cesantía pesan como para poner nervioso a cualquiera ante la oportunidad de su vida.
 
Parte III

Antonia miró por la ventanilla al hombre que se acercaba con ademán de subir.

--¡Que bombón!—pensó acomodándose el pelo  coquetamente.

Cuando percató su gesto instintivo, se reprochó:

--¡Qué tonta! Parezco una colegiala, definitivamente me hace mal andar en micro. ¡Si con mi ex tuve suficiente!

Notó sus musculosos brazos y amplio pecho dentro de ese traje de corte perfecto. Su tez bronceada lo hacía ver de aspecto deportivo dentro de su elegancia. Mientras subía al bus observó sus grandes manos bien cuidadas, al levantar la vista se dio cuenta que él la observaba, inmediatamente el calor subió a su rostro, se movió inquieta y volteó hacia la ventanilla desconcertada.

--¡Cómo puedo ser tan burra! Me pilló mirándolo y notó mi vergüenza.

 
Parte IV

Cuando Marcos subió al micro le llegó un olor exquisito que lo estremeció. En su alocada carrera por el sustento diario, en los tiempos de escasez, había olvidado como huele un buen perfume. Este aroma le recordó su otra vida ( como él la llamaba) cuando tenía su mercedes y no andaba zangoloteando de micro en micro, su reloj Cartier de tres millones y no el cuarzo convencional que le estrangulaba la muñeca, sus zapatos italianos que trajo del último viaje y no estos nacionales de planta china que ahora torturaban sus pies, todo lo había vendido para sobrevivir, hasta su corbata francesa y sus calzoncillos Armani, exclusividad de la moda.

Este aroma lo sacudió con nostalgia entre la comodidad del pasado y el presente tan austero.

--Ya ni siquiera recuerdo el perfume de mi ex mujer-y pensó en su casa con escasos muebles, una cocinilla, su cama y su escritorio.

Pagó el pasaje y volteó siguiendo el llamado del perfume, se encontró con una linda mujer que lo observaba detalladamente desde el primer asiento.

--¡Qué preciosa! –se dijo y sin dudarlo se sentó al lado de ella.

--Le dio vergüenza porque la sorprendí mirándome-pensó para sí con cierta complacencia.

Le parecía raro que una mujer se sonrojara, no son tiempos de rubores- pensó.

Era difícil estar sentado a su lado. El asiento le quedaba chico, le sobraban los pies y no sabía dónde poner sus manos.

--Parece un angelito aquí a mi lado-pensó con picardía.

No lograba descifrar si era el clima, las circunstancias o el perfume que lo hacían sentirse conquistador, coqueto y excitado.

Cerró los ojos y se dejó llevar al sentir la sensación grata en su costado, el rozar del muslo derecho de su compañera, la redondez de su cadera, la calidez de su hombro y el aroma del perfume que lo inundaba hasta lo más íntimo. Dejó volar su imaginación.

  
PARTE V
 
Antonia miraba insistentemente por la ventanilla del bus, que danzaba en el tráfico mañanero por calle Colón hacia Concepción.

--¿Cómo es posible este bochorno?--

Le daba rabia que el desconocido viera su debilidad.

--Se va a creer el cuento, como todo hombre...creen que las mujeres caemos rendidas a sus pies...y no es así...no señor—se repetía molesta pero no pudo evitar mirar con el rabillo del ojo  al desconocido sentado a su lado. Al apreciar su cuerpo cálido, rígido apegado a ella, se inundó de sensaciones ya olvidadas, un cosquilleo que le llegaba hasta la nuca, observó su boca, la atrapaban esos labios. Sin querer respondía a sus movimientos, el entrar y salir del aire que ensanchaba su pecho.

--Mantén la calma Antonia debes llegar a la oficina-se dijo.

A las once tenía entrevista con su jefe, días atrás solicitó ser la encargada de la sucursal que se abriría en Santiago, significaba un gran salto en su carrera, pues sería el paso hacia las posibilidades de trabajar hacia Europa por el recientemente firmado tratado de libre comercio. Tenía experiencia en asuntos exteriores, hablaba perfectamente dos idiomas y tenía antigüedad en la empresa.

--El puesto será tuyo sino hay inconvenientes- le dijo su jefe -hay otro postulante y veremos que decida el directorio, cuenta con mi apoyo.

Ahora en este micro, todo le giraba, la intensidad que le provocaba ese desconocido iba en aumento. Cerró los ojos y dejó volar su imaginación.
 
Parte VI

 Marcos trataba de calmarse, no quería ni moverse por miedo a que sus deseos le traicionaran, tenía unas ganas locas de abrazar y besar a esa desconocida, entreabrió sus ojos y miró sus piernas, envueltas en una tela exquisita y suave que delataban sus muslos. Sintió un llamado a perderse en ella. Subió la vista, encontró sus pechos turgentes ceñidos por una blusa rosada que subía y bajaba al ritmo de su respiración. Se imaginó acariciándola.

Antonia por intuición comprendió que el desconocido la estaba mirando, la recorría con sus ojos. Trató de disimular la emoción contenida. Él le tomó el rostro con las manos y la besó intensamente. Ella entreabrió los labios para recibir el beso cálido, suave, luego, profundo y apasionado, impetuoso. Sus manos descendieron y acariciaron su cintura, su espalda, ella respondió abrazándolo, dejándose llevar por la caricia. Él desabrochó lentamente su blusa, mirándola a los ojos desnudó uno de sus senos, después el otro y con su boca la rozó deliciosamente. Una llamarada, una explosión, las manos en su espalda desnuda, en su vientre. Ella osadamente desabrochó el pantalón. Él con retenido deseo, comenzó a bajar su falda deslizándola hasta el suelo mientras besaba sus hombros. Ella acariciaba sus glúteos con estremecimiento. Antonia se sintió flotando en una nube cuando él la cubrió con su cuerpo desnudo y en un abrazo se entregaron al placer.

--¡Señorita! Ya llegamos a la altura del trescientos cincuenta por Aníbal Pinto, me dijo que le avisara- Antonia escuchó lejana la voz del chofer. Abrió los ojos y pequeñas gotas de sudor cubrían su frente. No quiso mirar a su compañero de asiento que con los ojos cerrados respiraba entrecortadamente.

--Sí, sí, gracias-dejando el corazón y el alma en el asiento se dispuso a descender de la micro.

Marcos continuaba con los ojos cerrados.

Antonia caminó unos pasos cuando escuchó que el desconocido le decía:

--Señorita, señorita, disculpe, se le quedó la cartera en el micro, tome usted.

Desconcertada Antonia pensó:

--Una mujer puede olvidar cualquier cosa, pero nunca su cartera, ojalá no se dé cuenta de lo que me pasó.

--Gracias, la verdad es que tengo tantas cosas en la cabeza...

--Sí, la entiendo, si usted supiera las cosas que yo he olvidado a veces-le respondió el desconocido, acomodándose a su lado.

Avanzaron un poco por calle Barros Arana, rodeados por la multitud que iba y venía en el paseo peatonal.

Marcos le dijo:

--Te invito a un café-mientras pensaba ¡A la mierda con la entrevista!

Antonia respondió rápido:

--Acepto-mientras pensaba ¡A la mierda la sucursal de Santiago!

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