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miércoles, 19 de septiembre de 2007

Belén de Sárraga- librepensadora

Una visita cultural

Preparada en 1912, la venida de Belén de Sárraga, se concreta los primeros días de enero de 1913. Dicta en Santiago tres conferencias, que suscitan extraordinario interés y revuelo, ("Trayectorias humanas", "La mujer" y "La familia"), asisten al Teatro Nacional mujeres de todos los sectores sociales, incluso damas de la aristocracia vinculadas al espiritualismo de vanguardia. Las presentaciones son publicitadas como conferencias anticlericales y en pro del pensamiento libre. Ante el éxito dicta nuevas charlas: "Los pueblos y las congregaciones religiosas" y "La moral" (conferencia en pro de la moral laica). En marzo de 1913 visita provincias y llega hasta Iquique, presentándose en el Teatro Municipal (allí la conoció Teresa Wilms). Se escriben poemas y homenajes en su honor. La Razón publica un folleto con la mayoría de sus conferencias, en que se la califica de "eminente pensadora...gran maestra de la doctrina de la evolución", su visita provoca fervor, la Liga de las Damas Chilenas la ataca: "librepensadora que nos ultraja". El Mercurio y El Diario Ilustrado según La Razón "miran con indiferencia su propaganda", el ministro representante de España la critica, mientras gran parte de la colonia española residente la aplaude, también la Federación de Estudiantes.

La visita de Belén de Sárraga fue un verdadero viaje cultural, en el sentido de que produjo una dislocación en el ambiente local y fue una intervención portadora de inestabilidad. Su presencia y sus ideas activan un momento de cambio que se vectoriza en la recepción y apropiación de sus charlas; fue una visita que redistribuyó lugares en el campo cultural. Esta redistribución, así como la emergencia de lo nuevo que ésta visita estimula, provocó una perturbación, filtraciones y tensiones en el espacio de la tradición y de la costumbre. Fue un viaje que vino a legitimar el tema de la mujer, instalándolo desde entonces como una bandera del pensamiento laico y progresista.

De alguna manera, la presencia de Belén de Sárraga también perspectivizó al feminismo aristocrático. Por una parte lo estimuló, mientras por otra lo indujo a marcar una identidad diferente con respecto al feminismo laico progresista de cuño eminentemente político. La revista azul (1914-1918), creada al año siguiente de la visita, se subtitula "Quincenario ilustrado del hogar y de la economía doméstica", es una revista destinada a las mujeres de los sectores dominantes (y que apela como destinatario a la mujer culta o que tiene interés por cultivarse), aun cuando da muchos consejos para el hogar no es partidaria de confinar allí a lo femenino. Reconoce y estimula un rol de la mujer en el cuerpo social, un rol que va más allá de lo doméstico. Publica artículos de Amanda Labarca fomentando la vida interior, la lectura y el estudio, promoviendo la educación en los liceos antes que en la casa. Mantiene sin embargo cierta distancia con la política, pues la percibe como una actividad carente de magia y poesía.

La visita de Belén de Sárraga incide también en el Club de Señoras. En la revista Silueta (1917), Delia Matte, una de las fundadoras del Club de Señoras, junto con Iris y Luisa Lynch, distingue dos tipos de feminismo, uno, dice, es político y pelea por la libertad de sufragio. Es el feminismo de las misses (activistas) que van a salto de mata, peleando la libertad de sufragio y paladeando el whisky y son puños diestros...ese feminismo se me antoja una burla...a la mujer, que siempre estará mejor en el balcón prendido de enredaderas, o columpiando la cuna de su hijo, que perorando entre el abochornado fajar de una asamblea política". Delia Matte, defiende empero, otro tipo de feminismo, (que corresponde a aquel que nosotros hemos llamado "feminismo aristocrático"), el feminismo que "tiende -dice, Delia Matte- a despertar a la mujer al derecho de estudiar, a ilustrarse, el derecho a nutrirse de todos los conocimientos que forman una cultura efectiva y el derecho también de constituir una personalidad propia: un feminismo que casi equivale al simple y trascendente concepto de ser, porque quien no se perciba individual y distinto entre la comunidad humana, no tiene derecho a ser"(61). De allí que en el decálogo de consejos para la mujer que difunde la mencionada revista, el primer mandamiento sea "Amar siempre al prójimo, como a ti misma (aunque sea una ironía)". Luego, otro mandamiento, recomienda: "leer literatura y bastante filosofía, para entrar en contienda verbal con los cultores masculinos, a fin de enaltecer el sexo".

A partir de lo señalado en las páginas anteriores, se hace evidente que en esos años se da un gran debate y una alineación de la sociedad en torno a temas culturales y de cambio. Por una parte se vislumbra, un pensamiento social operante, una postura tradicionalista, que pretende -por la posición que ocupan sus personeros- controlar y regir la conciencia moral en el país; la que tiene como ejes al partido conservador y a la jerarquía eclesiástica. Una postura que defiende el status quo y el peso de la noche, vis à vis los procesos de cambio y modernización que ha experimentado la sociedad durante las últimas décadas.

Se trata de una corriente que es sustentada por los sectores mayoritarios de la aristocracia, sobre todo por la aristocracia de raigambre agraria, por la aristocracia del linaje y de la tradición (más que por la aristocracia del dinero que era algo más abierta ante estos temas, y también -según los ensayistas de la época- algo más corrupta). Se trata, en todo caso, de un pensamiento operante que gravita en la moral privada; en las creencias y costumbres de quienes apoyan al régimen parlamentario y oligárquico que ostenta el monopolio del poder; una postura que, sin embargo, también busca rectificar o por lo menos llamar la atención sobre la decadencia en la clase dirigente.

Hablamos de una presencia social operante por cuanto corresponde a un pensamiento que gravita en la realidad, pero que se diferencia del pensamiento conservador discursivo de la época, sustentado por ejemplo por un Alberto Edwards en Bosquejo histórico de los partidos políticos chilenos (1903), o por un Francisco Antonio Encina en Nuestra inferioridad económica (1911) o por un Guillermo Subercaseaux en Estudios políticos de actualidad (1914), libros todos que a pesar de elevar una propuesta de país de corte tradicionalista y antiliberal conllevan una fuerte crítica al orden y al sistema imperante, particularmente al tipo de cultura política generado por el parlamentarismo y por la ideología liberal.

Son pensadores de mayor sofisticación, que sólo entran en temas valóricos con respecto a la educación, la política y la economía pero no con respecto a la moral privada y las costumbres. Aún más, frente a las crítica generalizada al cine (considerado, como veíamos, inmoral y dañino), en una crónica de 1915, Pacífico Magazine, la revista creada y dirigida por Alberto Edwards, luego de comparar al biógrafo con el sueño, se refiere en términos entusiastas al cine; "en este siglo de progreso extraordinario" el cine nos ofrece la "ventaja de poder vivir dos vidas: la amarga y fatigante del mundo real y la otra dulce y consoladora de la cinta cinematográfica". La revista que dirige Edwards es más bien una revista magazinesca y cosmopolita, abierta a la modernidad, y el artículo sobre el cine adivina, por lo demás, una de las vertientes que alcanzará mayor desarrollo en la cultura de la imagen durante el resto del siglo. Se trata, qué duda cabe, de una postura muy distinta a la postura del pensamiento tradicional operante, representado por la Liga de las Damas Chilenas. Cabe señalar, que esta postura conservadora fue capaz, en la década del centenario, de concitar un espacio comunicativo y social favorable y movilizador (a lo largo de todo el país).

Frente a este movimiento se conformaba sin embargo otra actitud vital, abierta a la modernidad y a los cambios; una postura que en general coincidía con el cada vez más amplio sector que percibía en el statu quo, en el orden oligárquico y en el régimen parlamentario un proceso en descomposición o una realidad desfasada con los nuevos actores sociales y con las transformaciones de todo tipo que se estaban viviendo en el país. De este sector o pensamiento social que se puede catalogar como contestario al operante, participaban desde los estudiantes y nuevas capas profesionales hasta la bohemia y las damas del Club de Señoras, desde artesanos anarquistas y miembros del recién creado partido obrero socialista (1912) hasta las corrientes mayoritarias del partido radical, incluso algunos sectores del liberalismo y del partido nacional.

La postura tradicional tenía un peso muy grande en las familias de la aristocracia, también en la jerarquía de la Iglesia Católica y en las asociaciones creadas por ésta.

Desde allí con una mirada panóptica gravitaba hacia el resto de la sociedad. La segunda postura se nutría en los cambios de todo tipo que estaban ocurriendo: en el uso del tiempo libre, en los nuevos elementos técnicos, incluyendo las transformaciones en la sociabilidad vinculados a la modernización, fenómenos como las migraciones del sur al norte del país y a las grandes urbes, o la multitud de estudiantes de provincia que llegaban a Santiago y que vivían en pensiones, con plena independencia de sus familias, a menudo en la pobreza, pero siempre deseosos de vivir la experiencia de lo nuevo, de ponerse a tono con la época, de vivir la aventura de la bohemia, de la política y del arte. En definitiva, una postura que pretendía vivir al compás de lo que es más propio de la modernidad: la libertad y el riesgo, en una búsqueda que por su carácter ponía en jaque a la tradición.

Las dos posturas no son por supuesto bloques de pensamiento o de actitudes vitales compactas y homogéneas, y están cruzadas por otras disputas, incluso hay vasos comunicantes o flujos que en ocasiones atraviesan de una a otra por la vía del nacionalismo cultural, que fue, como han reconocido diversos estudios, la corriente cultural dominante de esos años.

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