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miércoles, 19 de septiembre de 2007

Mujeres rebeldes chilenas

Cuentan los cronistas que la primera mujer española que anduvo por nuestras tierras, fue la novelesca Inés de Suárez: mujer humilde, costurera de Palencia, se casó con Juan de Málaga y, como era costumbre en la época, se escapó a América. Inés, que era de armas tomar, vino a buscarlo al nuevo continente, pero lo encontró muerto, en Perú. No se sabe cómo se fue enamorando de ese astuto conquistador que era Pedro de Valdivia, y lo siguió hasta el lejano Chile.

Inés de Suárez sobresalió por su valentía y don de mando cuando ocurrió el incendio de Santiago, a raíz del asalto dirigido por Michimalonco, un 11 de septiembre de 1541 (no sé por qué casualidad algunos 11 de septiembre tienden a ser fatídicos). Doña Inés se dedicó, ese día, a cortar cabezas de caciques indígenas, con el consecuente pánico de los asaltantes. Don Pedro de Valdivia estaba casado, en España, con doña Marina Ortiz de Gaete, quien pidió al virrey don Pedro de la Casca que obligara a Valdivia a respetar los sagrados derechos del matrimonio: nada de bigamia, (como la practicaban los moros); obligado don Pedro de Valdivia, que era un personaje renacentista un poco maquiavélico, casó a doña Inés con su más fiel asistente, Rodrigo de Quiroga. .

Mucho se ha hablado de doña Catalina de los Ríos y Lisperguer, la Quintrala, cuyos antepasados eran la cacique de Talagante, casada con el alemán Bartolomé Flores; doña Catalina era una mezcla de mapuche y germano. Nuestros tatarabuelos del siglo XVII eran muy peladores y peleadores: el obispo peroraba contra el gobernador y los sacerdotes, pertenecientes a distintas Órdenes, asaltaban los conventos de sus rivales. Este fue el ambiente en que se desarrolló la vida de la Quintrala, a quien se le acusaba de los peores crímenes: de haber dado a su padre enfermo un pollo envenenado, de ofrecer al gobernador, Alonso de Rivera, una rica sopa con estricnina, de tener pacto con el diablo, de asesinar a latigazos a sus trabajadores y de otros cuantos delitos que quedaron impunes por la lentitud de la Real Audiencia. Según Joaquín Edwards Bello, la Quintrala era gorda, chicoca y fea, la pobre no tenía nada de lascivia. Se casó con el personaje más aburrido de la comarca de la Ligua, el señor Campo Frío; su nombre lo indica todo.

Catalina terminó convertida en una beata de tomo y lomo, arrepentida de todas las supuestas fechorías; por lo demás, los curas la amaban a tal grado que la escondieron en el convento cuando era perseguida por el gobernador Rivera, por el asunto de la sopa envenenada. Antes de morir Catalina, poseedora de las extensas tierras de La Ligua y Loncomilla, dejó en su testamento $20.000 de la época para que se celebraran veinte mil misas para salvarse el purgatorio y llegar directamente al cielo. De la monja alférez, Catalina de Erauso, no escribiré porque me cargan los militares, así sean mujeres, sobre todo por la famosa Juana de Arco, santa predilecta de los fascistas franceses, que hizo puras tonteras sustentándose en las voces “del más allá”.

Doña Javiera Carrera era la verdadera jefa del clan Carrera Verdugo: manejaba con el dedo meñique a sus hermanos José Miguel, Juan José y Luis. Javiera siempre odió a O´Higgins y a la logia lautarina a causa del fusilamiento de Juan José y Luis, en Mendoza, y José Miguel, en Buenos Aires, en 1821. Doña Javiera terminó sus años calva, enfermedad ocasionada por la desesperación, a raíz de la muerte de sus hermanos, en el fundo El Monte, en 1862, a los 82 años de edad. Belén de Sárraga era una anarquista y librepensadora española, pero nacida en Puerto Rico. Recorrió América Latina ejerciendo su apostolado feminista y ácrata; era una mujer de especial belleza sefardita, según el escritor José Santos González Vera. Cuando visitó Chile, en 1913, revolucionó a los jóvenes radicales, liberales, socialistas y anarquistas. Los pechoños y los curas la odiaban: “era una divorciada, disoluta y, para más remate, atea”, decían los conservadores. El líder obrero Luis Emilio Recabarren la invitó a visitar las salitreras y como consecuencia de sus conferencias, se formaron en el norte los centros de mujeres librepensadoras Belén de Sárraga.

Teresa Wills Montt fue la Femme fatale del siglo XX. Se casó con Gustavo Balmaceda, pero se enamoró del primo de su marido, el calavera Vicente Balmaceda. Su esposo la encerró en un convento del cual escapó, ayudada por el poeta Vicente Huidobro. Si Teresa hubiese sido hombre, habría sido reconocida, en su época, como una gran poetisa, pero era mujer y rebelde. Teresa fue modelo del gran pintor Romero de Torres. Su adicción a la droga terminó consumiéndola y murió en un triste hospital de Paris.

Otra mujer irreverente era Inés Echeverría de Larraín, “Iris”: se atrevió a criticar a su clase social y a entusiasmarse con los líderes avanzados de su época, entre quienes se contaba a Eliodoro Yánez y Arturo Alessandri Palma. Iris vivió el drama del asesinato de su hija Rebeca, en manos del aristócrata Roberto Barleló Lira. Gracias al empeño de doña Inés, que apeló a su amigo, Arturo Alessandri, Barceló fue el primer oligarca fusilado por parricidio. Como dato curioso, quien lo acompañó en sus últimos minutos fue al padre Alberto Hurtado.

Nuestra insigne poeta, Gabriela Mistral, fue una mujer muy incomprendida por los chilenos de su época. Nunca ha sido fácil ser provinciana, pobre e hija de padre ausente y dicharachero. Con razón decía Gabriela, cuando la invitaban a Chile, que ella no vendría, pues al comienzo la llamarían “divina Gabriela”, luego, “Gabriela” y, por último, “cuándo se irá esta vieja de mierda”. Jamás los curas quisieron darle el título de profesora primaria. Era socialista, era hereje (decía “con Dios me comunico directamente, no necesito intermediarios”). Gabriela se enamoró, ardientemente, del poeta Manuel Magallanes, sus cartas eran enternecedoras, desgarradoras... Según el escritor Volodia Teitelboin, Gabriela le escribía a Manuel que “cada día se parecía más a Cristo”. Ella se negó a entregarse a él carnalmente, como se lo solicitaba, y la relación se quebró. Según Matilde Ladrón de Guevara, Gabriela había sido violada cuando niña, y por eso le tenía horror a las relaciones carnales. Varios especialistas en la poeta de Vicuña sostienen, sin embargo, que el joven suicida “Yin-Yin” era fruto de sus entrañas.

Gabriela Mistral es la más mestiza y la más latinoamericanista de nuestros poetas. Admiraba a José Martí, se comprometió, a través de su pluma, con “el pequeño ejército rojo”, de Julio César Sandino; muy joven fue invitada por Vasconcelos para que participara en la reforma educacional de la Revolución mexicana. No podría dejar hasta aquí la historia de estas mujeres rebeldes, sin mencionar a las instituciones populares femeninas, que se organizaban en mutuales, sociedad de resistencia anarquista Centro Belén de Sárraga; cómo no relatar las famosas huelgas de la vianda, durante las cuales las mujeres se negaban a cocinar a sus maridos para obligarlos a luchar por la justicia social; cómo olvidar a las mujeres que murieron en las grandes masacres del siglo XX; cómo no mencionar a las mujeres de detenidos desaparecidos, las presas políticas, en las cárceles de los trogloditas gorilas latinoamericanos; cómo no resaltar la fuerza de vida y esperanza de tantas mujeres luchadoras desde las más variadas ámbitos: social, político, económico, artístico y literario.



GABRIELA MISTRAL

(Vicuña 1889 - Nueva York 1957)

Lucila Godoy, llamada Gabriela Mistral (conocida mejor como Gabriela Mistral), escritora chilena. Hija de un maestro rural, que abandonó el hogar a los tres años del nacimiento de Gabriela, la muchacha tuvo una niñez difícil en uno de los parajes más desolados de Chile. A los 15 años publicó sus primeros versos en la prensa local, y empezó a estudiar para maestra. En 1906 se enamoró de un modesto empleado de ferrocarriles, Romelio Ureta, que, por causas desconocidas, se suicidó al poco tiempo; de la enorme impresión que le causó aquella pérdida surgieron sus primeros versos importantes.
En 1910 obtuvo el título de maestra en Santiago, y cuatro años después se produjo su consagración poética en los juegos florales de la capital de Chile; los versos ganadores- Los sonetos de la muerte- pertenecen a su libro Desolación (1922), que publicaría el instituto de las Españas de Nueva York. En 1925 dejó la enseñanza, y, tras actuar como representante de Chile en el Instituto de cooperación intelectual de la S.D.N., fue cónsul en Nápoles y en Lisboa. Vuelta a su patria colaboró decisivamente en la campaña electoral del Frente popular (1938), que llevó a la presidencia de la república a su amigo de juventud P. Aguirre Cerda. En 1945 recibió el premio Nobel de literatura; viajó por todo el mundo, y en 1951 recogió en su país el premio nacional.
En 1953 se le nombra Cónsul de Chile en Nueva York. Participa en la Asamblea de Las Naciones Unidas representando a Chile. En 1954 viene a Chile y se le tributa un homenaje oficial. Regresa a los Estados Unidos. El Gobierno de Chile le acuerda en 1956 una pensión especial por la Ley que se promulga en el mes de noviembre.
En 1957, después de una larga enfermedad, muere el 10 de enero, en el Hospital General de Hempstead, en Nueva York. Sus restos reciben el homenaje del pueblo chileno, declarándose tres días de duelo oficial. Los funerales constituyen una apoteosis. Se le rinden homenajes en todo el Continente y en la mayoría de los países del mundo.
La obra poética de Gabriela Mistral surge del modernismo, más concretamente de Amado Nervo, aunque también se aprecia la influencia de Frédéric Mistral (de quién tomó el seudónimo) y el recuerdo del estilo de la Biblia. De algunos momentos de Rubén Darío tomó, sin duda, la principal de sus características: la ausencia de retórica y el gusto por el lenguaje coloquial. A pesar de sus imágenes violentas y su gusto por los símbolos, fue, sin embargo, absolutamente refractaria a la "poesía pura", y, ya en 1945, rechazó un prólogo de P. Valéry a la versión francesa de sus versos. Sus temas predilectos fueron: la maternidad, el amor, la comunión con la naturaleza americana, la muerte como destino, y, por encima de todos, un extraño panteísmo religioso, que, no obstante, persiste en la utilización de las referencias concretas al cristianismo.
Al citado Desolación siguieron los libros Lecturas para mujeres destinadas a la enseñanza del lenguaje (1924); Ternura (1924), canciones para niños; Tala (1938); Poemas de las madres (1950), y Lagar (1954). Póstumamente se recogieron su Epistolario (1957) y sus Recados contando a Chile (1957), originales prosas periodísticas, dispersas en publicaciones desde 1925.
Tomado de internet, pero en la ternura del hallazgo se me ha olvidado cómo, quién y dónde.

Publicado por Llave maestra en 15.3.07 0 comentarios

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