TALLERES

sábado, 21 de agosto de 2010

180 GRADOS


180grados



María Cristina Ogalde


Recorro  las calles con premura, voy a visitar otra agrupación de Adultos Mayores, en la actualidad proliferan con ímpetu en mi ciudad. Sonrío, apuesto que si alguien observara en mi rostro esa sonrisa socarrona que me caracteriza cuando estoy contenta y satisfecha, encontraría la misma expresión del gato Tom cuando al fin pudo comerse a Jerry y nadie lo pilló.


¡Qué circunstancias más extrañas me trasladaron a este momento! La memoria, trae a la mente los crueles acontecimientos, las desesperanzas que traspasaron mi vida.  No duelen  tanto, es más, creo que puedo reírme de ellas gracias a mi tozudez y el ir y venir de este trabajo que me permite compartir con muchas y diversas personas que conforman las diferentes agrupaciones de adultos mayores de mi comuna, y que como operativa en terreno de la oficina municipal del adulto mayor   recorro día a día. Tozudez, ¡por Dios que he sido porfiada!  Desde chiquitita quise ser monja y déle con eso. ¡ No había caso!,  si hasta mis juegos infantiles siempre terminaban en algo parecido, o  bautizando muñecas o sepultando pajaritos, ratones o cualquier bicho que se me ocurriera, también rezando misa - con las ropas de acólito de mi hermano que mamá lavaba todas las semanas para que,  de punta en blanco, todos los domingos   estuviera  firme al lado del Padre Jesús, en la parroquia de mi barrio, como el monaguillo oficial y permanente durante  su infancia - o haciendo procesiones a cuanta virgen o santo  se me ocurriera.  Siempre arrastraba a mis amigas y amigos del barrio, con los que en las tardes después de la escuela nos juntábamos.


Continuo caminando y adentrándome en mis recuerdos, todos ellos impregnados de ese deseo de ser monja, pero una moja “chora”, no de claustro sino de vida activa, de trabajar con los pobres, de dedicar mi vida a servir  a los pobres, tal vez porque sé lo que es la pobreza, de no tener pan para el desayuno y de irme con “la guata pelada” a la escuela por las mañanas, en tiempos en que no daban leche en el recreo, sabía lo que era regresar a casa y  encontrar el único almuerzo: una taza de  té inventado con ingenio por mi madre que hacia de la pobreza la “escuela de la ingeniería”. En los tiempos de escasez extrema, el almuerzo consistía en un té elaborado con hojas de boldo, que siempre están a la mano en el cerro y dan sabor, agua caliente y azúcar quemada para el color. Por lo que fuera, yo quería ser monja para hacer la pobreza menos pobre o para ser más justa.


-Hola  señorita María, la estábamos esperando.

Una  mujer menuda de apariencia indefinida, arremangándose el antiguo delantal, con tantos años como ella, salió de un portón enrejado de color negro al encuentro de la señorita María, sacándola de sus profundos pensamientos.

-Hola doña Rosario, espero no haber llegado tan tarde – respondió la señorita María, abrazándola con cariño.

-Venga, venga -   le dijo la mujer tomándola de la mano para entrar en un amplio salón un tanto desvencijado pero adornado cálidamente.


De las paredes colgaban diplomas y en repisas se alineaban orgullosos trofeos, allí la esperaban una veintena de rostros expectantes y arrugados  de las mujeres y hombres presentes, sentados alrededor de mesas o mesones, unas tejiendo, otros jugando cartas, todos en amena charla.

-Chicas llegó la señorita María, empecemos la reunión… ya, ya… guardemos los tejidos, las cartas, el dominó y pongámosle atención – agregó, golpeando las palmas para llamar al silencio.


La señorita María se acomodó en la silla que le ofrecieron y de su maletín extrajo papeles y carpetas. Haciendo un ademán gracioso olisqueó el ambiente y comentó:

-¡Hummm! sale buen olor - exclamó

-Adivine con que la estamos esperando para la once- exclamó una.

-Con sopaipillas - respondió la señorita María.

-¡Y pebre cuchareado! - agregaron todos a coro riendo con ganas para demostrar que era una fiesta recibirla en su sede social y que conocían su afición por las sopaipillas.


Así era la vida de María, la que dio un vuelco 180 grados después de 20 años como monja “para servir a los pobres” como ella quería. Pero las circunstancias se dieron de otra manera, después de terminar tres años de formación en el postulantado y el noviciado profesó sus votos solemnes de “Pobreza, Castidad y Obediencia”. La castidad y la pobreza no le costaron vivir pero el de obediencia fue su tortura desde el principio. Después de convertirse en monja, los días pasaban y  no le daban destino para trabajar en alguna población o villorrio perdido en el mapa. Después de  20 días no aguantó más y preguntó:

-Madre Superiora, ¿dónde me enviarán a trabajar?  -  y esperó la respuesta con disimulada ansiedad.

-Paciencia hermana lo estamos viendo con el Consejo - respondió la Madre Superiora, una mujer enjuta, huesuda y alta embutida en su impecable hábito blanco.

María se inquietó. No era costumbre que el Consejo decidiera el destino de una monja y  que se demoraran en mandarla a alguna casa comunitaria de las que su congregación tenía distribuida en los 5 continentes.

 Ahora si que me cobrarán por haber dejado la Universidad – pensó, porque efectivamente cuando solicitó ingresar al convento le pidieron que terminara la carrera de Historia y luego ingresara, pero ella no les obedeció, consideraba que 4 años más era mucho esperar.

Después de un mes de indecisiones el Consejo en pleno la llamó a reunión.

-  Mire hermana – comenzaron muy serias a hablarle – nosotras sabemos cuanto anhela usted trabajar en una comunidad, pero antes de sus anhelos está la voluntad de Dios por medio de este Consejo.


Las siete religiosas allí reunidas miraron a la señorita María como estudiando sus reacciones puestas a prueba.

-Las necesidades de la congregación son diferentes a sus expectativas, la mandaremos a estudiar a Europa, a la Universidad Jesuita en Roma, allí usted se preparará en Psicología de la Trascendencia y será nuestra   “Maestra de Formación Permanente” y nuestra “Consejera”, porque como ya le hemos expresado…..blá-blá-blá…


La señorita María no podía creer lo que estaba escuchando, le parecía irreal, miraba los rostros de aquellos ojos escrutadores y le parecía hasta gracioso o tal vez por los nervios le costaba contener las incipientes carcajadas de su boca. Tuvo que apretar fuertemente los labios.


-….. la próxima semana partirá a Italia donde nuestras hermanas de la Casa General la están esperado - terminó diciendo la Madre Superiora.


- Ante Dios y ante este Consejo su destino esta sellado – concluyó la religiosa de más edad, como una profecía.



Ciertamente quedó sellado su destino ese día, estudió en Roma, luego en Brasil después nuevamente en Roma hasta convertirse en “loquera de sus hermanas” como algunas con cariño, la llamaban. Conoció los cinco continentes, todas las obras, las comunidades, las parroquias, pueblos y villorrios donde sus hermanas trabajaban, pero ella nunca participó de esos trabajos, su labor era atender a las hermanas, orientarlas, ver sus traumas, velar por la convivencia. Se transformó en lo que la modernidad de los conventos llamaría una buena sicóloga y guía espiritual, “Maestra de Formación Permanente”. Participó en la corrección de la Regla de Vida de su congregación y de otras congregaciones que no contaban con sicóloga propia. Estuvo  inmersa en la renovación de las congregaciones religiosas después del llamado de la Iglesia a actualizarse a partir de los Documentos de Medellín y Puebla, especialmente Latinoamérica, subió a las alturas de los grandes poderes de la religión. Ella, la pequeña que en el barrio soñaba con Misiones en África, en los Sarracenos o en China convirtiendo a los “infieles”, nunca trabajó con los pobres o para los pobres y su corazón fue marchitándose, 20 años fueron suficientes para sacudirse el voto de obediencia. Arregló por última vez su maleta y se fue, regresó a sus raíces, a su casa que ya no era su casa, a su familia que ya no la reconocía como tal, a su barrio de la infancia absolutamente desigual. Ahora sí era pobre, sin trabajo, sin casa, sin profesión para el mundo civil y sin juventud para empezar de nuevo.


Llegó de allegada a la casa de su hermano mayor que no la entendía ni ella lo entendía a él, los separaban 20 años y una vida extraña, según su hermano. Entre los recuerdos de lo que había dejado en el convento, las últimas palabras que le dijeron, retumbaban en su cerebro - ¡TRAIDORA! -   y éstos  que retomaba pero que ya no la reconocían, la tortura mayor era el trabajo. No tenía trabajo y no sabía que podía hacer en el mundo secular, no era una jovencita, en julio cumpliría los 45.    ¿Quién la contrataría a esa edad?, pensaba por las noches mirando las estrellas buscando sosiego a su alma perturbada. Ni rezar podía. ¡Cómo voy a rezar a un Dios del cual me he divorciado!, se decía.


Una de esas tardes en que se rebanaba los sesos tratando de solucionar sus problemas escuchó un llamado a la puerta


-Hola vecino, ¿Qué lo trae por aquí?

-Buenas tardes Madre- le respondió un hombre, moreno tostado por el sol de tantas horas en la mar ejerciendo su oficio

-Por favor vecino no me llame Madre que ya no soy monja, ya se lo expliqué

-Perdón Madre…este señora, ¡Uyy!, señorita, ¡Uyy!…Madre. …uffff!


-Llámeme vecina don Pedro- respondió.


-Bueno vecina…este… yo quería pedirle un favor…


-Dígame con confianza –  respondió  María un tanto divertida por la timidez del hombre.


-Bueno, usted sabe que soy presidente  de la Junta de Vecinos- le respondió- mirando hacia otro lado como pidiendo disculpas- y me mandaron a pedir alguien para una reunión en la municipalidad para programar la Navidad en el barrio y como usted,  bueno, como usted sabe de esas cosas, quería saber si podía representarnos en la “Muni”…es solo una reunión, no le quitará mucho tiempo.


Así empezó todo, después de formar parte del equipo que celebró la navidad en los barrios de los cerros, desde la municipalidad le pidieron que participara del proyecto social para las familias, un trabajo voluntario le explicaron, claro que le devolvían la plata de los pasajes cuando asistiera a capacitación.


Hasta que un día en la oficina…:


-        Señorita María, la queríamos invitar a trabajar en la oficina municipal del adulto mayor- le dijo de un golpe la asistente social que tenía en frente.


-Como se ve que le gusta el trabajo que ha hecho con nosotros y le gusta interactuar con personas… ¿Por qué no...? Pues…véngase a trabajar con nosotros- agregó la Jefa que estaba arreglando unos archivos en un estante.


Su vida giró en 180 grados. Un trabajo que se ajustaba como anillo al dedo, que disfrutaba como pescado en el agua, como chanchito en el barro, el que hacía con naturalidad, como si lo hubiera realizado toda la vida.

La señorita María sonrió….

 -  Bueno chiquillas ya me voy, tengo que ir  a la oficina antes que sea tarde, tengo que ordenar estas fichas de inscripción para el campeonato de cueca- dijo  levantándose de la mesa y arreglando los papeles en el maletín.


-No se olvide que las cuecas tienen que ser de salón- le dijo una señora haciendo un ademán de pituquería con un pañuelo.

-No se preocupen que habrá de todo tipo – les respondió y gracias por las sopaipillas, estaban exquisitas – agregó.


Mientras se acercaba a la puerta, una viejecilla encorvada se acercó cuchicheando:

-Tome…lleve para el camino…

Con tanto cariño le alargó unas sopaipillas envueltas en servilletas que María la abrazó conmovida.

Las sopaipillas no eran lo importante sino el momento que pasaba con esas ancianas que en el último escalón de sus vidas trataban de hacer dignidad con su envejecimiento abriendo espacios de participación e integración negándose a continuar en sus casas, arrinconadas en la oscuridad del olvido y bueno… las sopaipillas eran lo más barato para compartir con sus pares, por eso María tenía fama de ser buena comensal en cuanto a ellas se tratara.


Se retiró del local, rumbo al paradero con las fichas de inscripción bajo el brazo y la sonrisa amplia.


Lejos habían quedado los días  de oscuridad, de incertidumbre. Este trabajo la había arrancado  del sin sentido de la vida, le había devuelto las esperanzas, lejos estaban los 20 años de hacer lo que no le gustaba y que lentamente había envejecido su corazón, ahora trabajaba con los más pobres, los que para bien o para mal habían vivido su vida y  estaban retomando su rumbo desde el olvido social, se entretenían en sus agrupaciones y  marcaban presencia en la sociedad. Ella era parte de eso… era su trabajo…su vida.



No hay comentarios: